La formulación de triadas fue el sistema básico de asociación entre la divinidad principal y las divinidades secundarias. Se trataba de familias de dioses compuestas por tres miembros: padre, madre e hijo. En los grandes santuarios egipcios siempre se adoraba a una triada.
La triada más popular de Egipto fue la compuesta por Osiris, Isis y por Harpocrates, “horo el niño”. Estos dioses protagonizaban uno de los relatos mitológicos más íntimamente arraigados de la civilización egipcia: el mito osiríaco.
En él, los egipcios desarrollaron la base teológica sobre la que se sustentaban sus profundas concepciones sobre la vida ultraterrena.
Junto a los dioses patronos, se desarrollo el concepto de los dioses cósmicos.
Ellos encarnan las grandes fuerzas que constituyen el cosmos y su introducción en el panteón egipcio este favoreció el desarrollo del carácter universal de la divinidad. Sin embargo, en muchos casos fueron considerados como dioses locales; es decir, no se les dio un protagonismo especial. Esta contradicción tuvo la consecuencia de que, por el proceso del sincretismo, algunos dioses locales fueran elevados al rango de dioses cósmicos. Sin embargo, hubo divinidades cósmicas que no sufrieron ese proceso. Uno de los casos es el de la diosa Maat, que era representada con una pluma de avestruz erguida sobre su cabeza y que estaba vinculada a nociones como la justicia, la verdad, la solidaridad, la equidad y el orden.
En Egipto el astro solar fue un dios verdaderamente fundamental. Se le adoraba bajo múltiples facetas y formas.
Los egipcios asociaron la vida con la luminosidad y el calor del astro solar. La oscuridad se vinculo con la muerte, la ultratumba y el mas allá.
En ese mundo de tinieblas era donde reinaba Osiris, dios y juez de los muertos; pero también dios de la fertilidad, de la fecundidad y de la vida eterna. En realidad a grandes trazos, podríamos distinguir dos grandes cultos: el solar y el osiríaco.
El culto solar aparece ligado al elemento vital de la luz y la energía poderosa del astro benefactor.
Las creencias osiriacas están vinculadas al contexto funerario y a la idea de la vida regenerada. Ambos cuerpos dogmaticos tuvieron una marcada personalidad a lo largo de la historia egipcia, lo que no significa que no llegaran a contaminarse, fusionarse e influirse mutuamente.
Los dioses egipcios amaban, odiaban, se vengaban, nacían y morían. Es decir, en muchos aspectos tenían un temperamento muy humano. Algunos podían mostrarse con un aspecto amable y protector pero, al mismo tiempo, esconder una personalidad colérica.
Otros por el contrario, podían tener connotaciones negativas, pero aparecían en determinadas ocasiones como seres benéficos. Set, por ejemplo, era el dios que por antonomasia expresaba las fuerzas destructivas y negativas. Era asociado a la rigidez desoladora del desierto y presentado por la mitología como el asesino de Osiris. Sin embargo algunos faraones no dudaron en encomendarse a su patrocinio, pues aunque parezca contradictorio, era protector de la monarquía y vigilante de la barca solar.
Es habitual que las deidades femeninas egipcias se relacionen con nociones de fecundidad y maternidad. En este sentido, probablemente, destaca la diosa Isis. En ella se expresaban ideas como el principio de la vida, el nacimiento y el amamantamiento. En un aspecto más festivo encontramos a Hathor, diosa del amor, de la alegría y de la música. Pero además, estas diosas eran consideradas como divinidades celestiales. Hathor, “la mansión de Horo”, se mostro como una vaca que daba a luz al sol. Por su vientre, transformado en firmamento, el astro solar navegaba en su barca.
Las divinidades femeninas también estaban vinculadas al concepto de la regeneración. Por esta razón, algunas deidades, como Anukis fueron relacionadas con un fenómeno que no solo era la fuente de la vida, sino también era la esencia de la regeneración continúa: la inundación. Por extensión, muchas diosas se vinculaban a la idea de la tierra fértil, portadora de progenie, voluptuosidad y abundancia. En este sentido, encontraríamos a diosas como Renenunet, particularmente asociada a la agricultura y la cosecha.
Pero ese emerger de vida no se relaciona únicamente con el ámbito terrenal; también se vinculo con el concepto de renacer en la “segunda vida”, es decir, renacer en el más allá. Por eso, las divinidades femeninas también tenían un importante papel de carácter funerario. Hathor, por ejemplo, en este ámbito tenía la faceta de ser protectora de los difuntos, mientras que Amentet era la diosa de las “tierras del oeste”: el territorio donde el egipcio encontraba su última morada.
La triada más popular de Egipto fue la compuesta por Osiris, Isis y por Harpocrates, “horo el niño”. Estos dioses protagonizaban uno de los relatos mitológicos más íntimamente arraigados de la civilización egipcia: el mito osiríaco.
En él, los egipcios desarrollaron la base teológica sobre la que se sustentaban sus profundas concepciones sobre la vida ultraterrena.
Junto a los dioses patronos, se desarrollo el concepto de los dioses cósmicos.
Ellos encarnan las grandes fuerzas que constituyen el cosmos y su introducción en el panteón egipcio este favoreció el desarrollo del carácter universal de la divinidad. Sin embargo, en muchos casos fueron considerados como dioses locales; es decir, no se les dio un protagonismo especial. Esta contradicción tuvo la consecuencia de que, por el proceso del sincretismo, algunos dioses locales fueran elevados al rango de dioses cósmicos. Sin embargo, hubo divinidades cósmicas que no sufrieron ese proceso. Uno de los casos es el de la diosa Maat, que era representada con una pluma de avestruz erguida sobre su cabeza y que estaba vinculada a nociones como la justicia, la verdad, la solidaridad, la equidad y el orden.
En Egipto el astro solar fue un dios verdaderamente fundamental. Se le adoraba bajo múltiples facetas y formas.
Los egipcios asociaron la vida con la luminosidad y el calor del astro solar. La oscuridad se vinculo con la muerte, la ultratumba y el mas allá.
En ese mundo de tinieblas era donde reinaba Osiris, dios y juez de los muertos; pero también dios de la fertilidad, de la fecundidad y de la vida eterna. En realidad a grandes trazos, podríamos distinguir dos grandes cultos: el solar y el osiríaco.
El culto solar aparece ligado al elemento vital de la luz y la energía poderosa del astro benefactor.
Las creencias osiriacas están vinculadas al contexto funerario y a la idea de la vida regenerada. Ambos cuerpos dogmaticos tuvieron una marcada personalidad a lo largo de la historia egipcia, lo que no significa que no llegaran a contaminarse, fusionarse e influirse mutuamente.
Los dioses egipcios amaban, odiaban, se vengaban, nacían y morían. Es decir, en muchos aspectos tenían un temperamento muy humano. Algunos podían mostrarse con un aspecto amable y protector pero, al mismo tiempo, esconder una personalidad colérica.
Otros por el contrario, podían tener connotaciones negativas, pero aparecían en determinadas ocasiones como seres benéficos. Set, por ejemplo, era el dios que por antonomasia expresaba las fuerzas destructivas y negativas. Era asociado a la rigidez desoladora del desierto y presentado por la mitología como el asesino de Osiris. Sin embargo algunos faraones no dudaron en encomendarse a su patrocinio, pues aunque parezca contradictorio, era protector de la monarquía y vigilante de la barca solar.
Es habitual que las deidades femeninas egipcias se relacionen con nociones de fecundidad y maternidad. En este sentido, probablemente, destaca la diosa Isis. En ella se expresaban ideas como el principio de la vida, el nacimiento y el amamantamiento. En un aspecto más festivo encontramos a Hathor, diosa del amor, de la alegría y de la música. Pero además, estas diosas eran consideradas como divinidades celestiales. Hathor, “la mansión de Horo”, se mostro como una vaca que daba a luz al sol. Por su vientre, transformado en firmamento, el astro solar navegaba en su barca.
Las divinidades femeninas también estaban vinculadas al concepto de la regeneración. Por esta razón, algunas deidades, como Anukis fueron relacionadas con un fenómeno que no solo era la fuente de la vida, sino también era la esencia de la regeneración continúa: la inundación. Por extensión, muchas diosas se vinculaban a la idea de la tierra fértil, portadora de progenie, voluptuosidad y abundancia. En este sentido, encontraríamos a diosas como Renenunet, particularmente asociada a la agricultura y la cosecha.
Pero ese emerger de vida no se relaciona únicamente con el ámbito terrenal; también se vinculo con el concepto de renacer en la “segunda vida”, es decir, renacer en el más allá. Por eso, las divinidades femeninas también tenían un importante papel de carácter funerario. Hathor, por ejemplo, en este ámbito tenía la faceta de ser protectora de los difuntos, mientras que Amentet era la diosa de las “tierras del oeste”: el territorio donde el egipcio encontraba su última morada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario